
El día de mañana
¿Qué pueden tener en común el Museo Thyssen de Madrid, la actriz Aída Folch y un grupo de bailarines de breakdance?.
No recuerdo a qué hora entramos en el museo. Sólo sé que llevábamos un buen rato esperando para que nos dejaran pasar. “Había que esperar”, decían, “al momento oportuno para ir metiendo el material”. Recuerdo la sensación de estar entre aquellas personas con tatuajes, camisetas de tirantes, barbas prominentes y un espíritu que resonaba de manera especial por aquellas paredes repletas de historia.
“Con discreción”, decían, “entrad en esta sala”, para esperar a que cerrara el museo y pudiéramos empezar con la foto. Nos dejaron en la sala de las exposiciones itinerantes, en la cual estaban preparando la exposición de Gauguin, e iban y venían con frecuencia para ver qué hacíamos. No tardó en llegar el guardia de seguridad para recordar que “estábamos en un museo” cuando uno de los bailarines decidió poner algo de música para calentar. Ya que no se dieron por aludidos, finalmente los vigilantes tuvieron que ceder, pidiendo no más que cuidado con las recién pintadas paredes.
Y yo me preguntaba: ¿qué tienen en común el Museo Thyssen de Madrid, Aída Folch y un grupo de bailarines de breakdance?
Pablo y su muleta llevaban un buen rato dando tumbos entre la organizativa del Thyssen. Si al dolor de pierna le sumamos los múltiples dolores de cabeza que le daban desde partes “desconocidas” de la ecuación: que si tal persona iba a vestir de tal manera, que si el driver de la cámara no funcionaba para poder hacer previas, que si tenemos menos tiempo para estar allí de lo que esperábamos. Para mi sorpresa, Pablo Lecroisey soportaba toda este chaparrón con una sonrisa, buen ánimo y sin, al menos aparentemente, excesiva preocupación.
Cuando Aída salió del camerino, acompañada de su ejército de asistentes (brochas, secadores y trajes en mano), barrió del suelo del Thyssen cualquier presión contenida. Derrochaba humildad y la fuerza característica con la que suele traspasar la pantalla. Solo con su presencia, el puzle empezó a completarse.
Ya con todo el equipo completo, preparado y en hora, pudimos entrar a la sala 28 de la primera planta y “poner el sitio patas arriba”. Flashes, cables, trípodes y demás material técnico iba y venía en un constante revuelo, bajo la mirada aterrorizada de los vigilantes. Destellos blancos y ruidos de zapatillas resbalando inundaban la sala. Venían a servir de banda sonora, junto con pequeños gritos de orden, para componer un cuadro que empezaba a dejarse ver. Una imagen que hasta entonces, sólo existía en la imaginación del fotógrafo.
Y entonces, mientras Pablo comenzaba a poner cada pieza en su lugar del tablero, empecé a entender el porqué de esta locura.
“El Día de Mañana” tendremos un mundo donde habrá gente bailando en los museos. Donde personas que antes no veían más allá de la rectitud y la monotonía se darán cuenta de que es en las curvas y en el aire donde está la verdadera esencia de la vida. Donde aquellas personas atrapadas entre el dinero y el arte romperán sus cadenas y se podrán sentir orgullosas de ser pobres. Ese futuro, que está cada vez más cerca, es lo que motivó a Pablo a ponerse en medio de influencias extremadamente diversas para unirlas durante un instante y acercarnos a una visión cuya armonía reside en la discordancia.
De manera que, conforme pasaban los minutos, lo que al principio eran miradas escépticas y prejuicios se convirtieron en risas. Lo que al principio eran barreras se convirtieron en puentes. Lo que al principio era un museo se convirtió en otra cosa. Una extraña amalgama de energía se logró capturar en un único instante, de diferente manera a los cuadros que pueblan las paredes, pero resonando igualmente en el futuro, en la historia, como hace cada aportación de cada ser humano en este convulso planeta.
Cuando salimos del museo había entrado la noche. Cerrando el museo, cargando materiales, moviendo furgonetas y extremadamente agotados, cada grupo volvía a su ecosistema natural, llevándose algo de los demás consigo, algo indefinible, que quizás ellos mismos no entiendan de manera inmediata, pero que sin duda estaba ahí, flotando en el ambiente.
Así que si alguna vez nos preguntan, les diremos que el Museo Thyssen, Aída Folch y un grupo de bailarines de breakdance tienen mucho en común.