— Pablo Lecroisey
La filósofa y escritora Hélé Béji, junto a otros autores, nos habla de la gestación de una nueva civilización que denomina «cultura mundial». A rasgos muy generales la define como una entidad anónima en la que Oriente y Occidente, tradicionalmente enfrentados, cultivan ahora rasgos comunes fascinantes, una metamorfosis caracterizada por una cultura mundial sin nombre, sin lugar, sin época. Una civilización sin hegemonía donde las «culturas periféricas» interactúan al mismo nivel que la tradicionalmente dominante. La civilización de la que quiero formar parte.
Pero como nos advierten lucidamente intelectuales como el filósofo Edouard Glissant o el antropólogo y sociólogo Renato Ortíz. La mundialización tiene una cara no tan progresista, lo que ya todos conocemos como globalización o mercado global: reducción de las necesidades primarias, ataque a los de abajo, estandarización, imposición del beneficio por parte de las compañías multinacionales en un sentido bestial (o demasiado humano), círculos cuya circunferencia está en todas partes y cuyo centro en ninguna, por no hablar de la ruina medioambiental que provoca.
Todo esto es el resultado de nuestra deriva cultural o dicho de otra manera, las adaptaciones o deformaciones de los modos en los que tradicionalmente venimos operando. Que entre todos hay que re-encauzar para que podamos llegar a buen puerto, como ya hemos hecho en otras ocasiones a lo largo de la historia. Para tal fin todo arte, que es vanguardia, cumple un papel fundamental.
El neoliberalismo con su énfasis en el mercado y el consumo, no se reduce a una cuestión de economía, sino que constituye una nueva forma de civilización. La colonialidad del poder, necesita un soporte ideológico, cultural y por supuesto medios para comunicarlo. Un “sistema”, que como he mencionado antes, tiene una inercia que le dificulta enormemente tomar el rumbo correcto cuando las exigencias de nuestra evolución y de las demás especies así lo requiere.
Millones de personas entre las que me incluyo (los trabajadores fronterizos), entregamos gran parte de nuestro tiempo, esfuerzo y soportamos las presiones a las que nos somete la colonialidad del poder en la que no nos integramos plenamente, para garantizar que la civilización que atiende al término de “cultura mundial” del que nos habla Béji sea una realidad. Para ello hay que dotarla de un “sistema”, mucho más dinámico que el actual y que facilite los rumbos necesarios para evitar chocar con los errores del pasado y que nos valla incluyendo a todos de una forma más amable y coherente.
Aunque moverse en las fronteras no es tarea fácil, lejos de suponer algo negativo, moldea nuevos modos de hacer que podrían convertirse en estrategias futuras.
Como apasionado y estudioso del arte, me interesa especialmente investigar la interacción entre estética y proceso. Nietzsche apuntaba certeramente que la estética y la ética, están íntimamente relacionadas, a consecuencia la política también. El arte como proceso (Arte Procesual) puede ser la clave para desarrollar nuevos modos de relación que den una base operativa sólida a la “cultura mundial”. Además, albergó una duda razonable para creer que en el proceso pueda existir la belleza universal.
Bibliographic references
- Historia de la filosofía Volumen 3 / Frederick Copleston / Editorial Ariel.
- Historias locales – diseños globales Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo / Walter D. Mignolo / Editorial Akal.
- Orientalismo / Edward W. Said / Penguin Random House Grupo Editorial.